EL PODER DE LAS PALABRAS

María Aguado (2015)
Nada tiene más poder que las palabras. La gente teme más a las palabras que a las armas.

Estos pequeños seres pueden lograr que la gente se enamore o que se odie, pueden provocar revoluciones, guerras o grandes reconciliaciones. No se relaciona su tamaño con su poder; hay palabras grandes como otorrinolaringólogo que no imponen tanto como otras más pequeñas como paz.

Hay palabras que puestas en una frase pueden dar miedo, como el famoso «tenemos que hablar», o derretirnos como en un «te quiero». En el conjunto reside el verdadero poder de las palabras.

Los ejemplos anteriores no siempre provocan la misma reacción en la población, lo importante de las palabras es cómo se usan y qué se quiere decir con ellas, dependiendo del tono y la intención, cobran un sentido u otro. Como dijo Benito Taibo (1960) en Persona Normal (2016), «Cuando algo suena terrible es porque se está diciendo con la intención de que suene terrible ».

Con toda esta fuerza que reúne el lenguaje, parece ser que la humanidad ha olvidado que fueron ellos mismos los que fijaron esos significados y poderes sobre las palabras. Ese olvido nos ha llevado a estar ligados al lenguaje como si tuviese la verdad absoluta.

Nietzsche en Basel (1875)

Frederick Nietzsche (1844 – 1900), es uno de los primeros pensadores que, según Foucault (1926 – 1984) en De lenguaje y literatura (1976), «acerca la tarea filosófica a una reflexión radical sobre el lenguaje». Nietzsche en su libro de Aforismos (1994) dice: «Siempre expresamos nuestros pensamientos con las palabras que tenemos a mano. O para expresar toda mi sospecha: En cada momento tenemos tan solo el pensamiento para el que disponemos palabras capaces de expresarlo aproximadamente», es decir, que solo pensamos lo que podemos definir. Cosa que limita mucho nuestras capacidades, ya que no todo se puede decir con palabras.

El lenguaje nos ayuda a resolver problemas que él mismo, paradójicamente, ha provocado mediante su uso. Para Nietzsche las palabras han hecho que nos sintamos dueños del mundo, confundiendo los conceptos que hemos atribuido a las cosas, como verdades indiscutibles y no como juicios arbitrarios. Una silla seguirá siendo una silla aunque no la denominemos de ninguna forma. El mundo seguirá existiendo aunque no se hable de él. Por tanto, el lenguaje no es la realidad, sino un modo consensuado de interpretar el mundo.

Fernando Vicente (2013)

La conciencia lingüística que adquirió Nietzsche desde temprana edad le ayudó a apartarse del uso corriente del lenguaje y ser consciente de que se trata solo de una construcción cultural. Esto le liberó del peso sentimental hacia las palabras, del poder que ejercen estas sobre nosotros y de usarlas para reflejar la identidad personal. Es como repetir una palabra en voz alta varias veces, y luego reflexionar sobre ella, esta pierde todo su poder y su significado, aunque solo sea por un momento. Nos damos cuenta que simplemente se trata de un grupo de letras puestas ahí al azar a las que se le ha dado un sentido de forma completamente arbitraria. Un perro es un perro pero perfectamente la palabra que le define podría haber sido ropeto.

Las palabras tienen mucho poder, tanto como les hemos dejado que tengan. La sociedad necesita adquirir conciencia lingüística para recuperar el mando sobre lo que se define como verdad y realidad. El lenguaje es necesario en una sociedad, nos ayuda a comunicarnos, pero no deberíamos darle la autoridad para definir los límites de la realidad, ya que así pasa de ser una ayuda a una pequeña cárcel que nos impide pensar más allá de lo que podemos definir, y no todo se puede definir con palabras.

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